martes, 17 de noviembre de 2015

ADIÓS A LA LEY DE LA SELVA: EL LEÓN.
Iba un joven león por la selva pensando que había llegado su hora de convertirse en rey, cuando encontró un león malherido. Aún se podía ver que había sido un león fuerte y poderoso.
- ¿Qué te ha sucedido, amigo león?- preguntó mientras trataba de socorrerlo.
El león herido le contó su historia.
- Cuando llegó el momento de convertirme en el rey de la selva, decidí demostrar a todos mi fuerza y mi poder, para que me temiesen y respetasen. Así que asusté y amenacé a cuantos animales pequeños me encontré. La fama de mi fiereza era tal que hasta los animales más grandes me temían y obedecían como rey. Pero entonces otros leones quisieron mi reino, y así pasé de golpear de vez en cuando a pobres animalitos a tener que enfrentarme a menudo con grandes leones. Gané muchos combates, pero ayer llegó un león más grande y fuerte que yo y me derrotó, dejándome al borde de la muerte y quedándose con mi reino. Y aquí estoy, esperando que me llegue la muerte sin un solo animal al que le importe lo suficiente como para hacerme compañía.
El joven león se quedó para acompañarlo y curar sus heridas antes de proseguir su camino. Cuando al fin se marchó de allí, no tardó en encontrar un gigantesco león encerrado en una jaula de grandes barrotes de acero. Tuvo que haber sido muy fuerte, pero ahora estaba muy delgado.
- ¿Qué te ha sucedido, amigo león? ¿Por qué estás encerrado?
El león enjaulado le contó su historia.
- Cuando llegó el momento de convertirme en el rey de la selva, usé mi fuerza para vencer al anterior rey, y luego me dediqué a demostrar a todos mi poder para ganarme su respeto. Golpeé y humillé a cuantos me llevaron la contraria, y pronto todos hacían mi voluntad. Yo pensaba que me respetaban, o incluso que me admiraban, pero solo me obedecían por miedo. Me odiaban tanto que una noche se pusieron de acuerdo para traicionarme mientras dormía, y me atraparon en esta jaula en la que moriré de hambre, pues no tiene llaves ni puerta; y a nadie le importo lo suficiente como para traerme comida.
El joven león, después de dejar junto a la jaula comida suficiente para algún tiempo, decidió seguir su camino preguntándose qué podría hacer para llegar a ser rey, pues había visto que toda su fuerza y fiereza no les habían servido de nada a los otros dos leones. Andaba buscando una forma más inteligente de utilizar su fuerza cuando se encontró con un enorme tigre que se divertía humillando a un pequeño ratón. Estaba claro que ese tigre era el nuevo rey, pero decidió salir en defensa del ratoncillo.
- Déjalo tranquilo. No tienes que tratarlo así para demostrar que eres el rey.
- ¿Quieres desafiarme, leoncito? - dijo burlón y furioso el tigre.- ¿Quieres convertirte en el nuevo rey?
El león, que ya había visto cómo acababan estas cosas, respondió:
- No quiero luchar contigo. No me importa que seas tú el rey. Lo único que quiero es que dejes tranquilo a este pobre animal.
El tigre, que no tenía ninguna gana de meterse en una pelea con un león, respiró aliviado pensando que el león le reconocía como rey, y se marchó dejando en paz al ratoncillo.
El ratoncillo se mostró muy agradecido, y al león le gustó tanto esa sensación que decidió que aquella podría ser una buena forma de usar su fuerza. Desde entonces no toleraba que delante de él ningún animal abusara ni humillara a otros animales más débiles. La fama del león protector se extendió rápidamente, llenando aquella selva de animales agradecidos que buscaban sentirse seguros.
Ser el rey de una selva famosa y llena de animales era un orgullo para el tigre, pero pronto sintió que la fama del joven león amenazaba su puesto. Entonces decidió enfrentarse a él y humillarlo delante de todos para mostrar su poder.
- Hola leoncito - le dijo mostrando sus enormes garras- he pensado que hoy vas a ser mi diversión y la de todos, así que vas a hacer todo lo que yo te diga, empezando por besarme las patas y limpiarme las garras.
El león sintió el miedo que sienten todos los que se ven amenazados por alguien más fuerte. Pero no se acobardó, y respondió valientemente:
- No quiero luchar contigo. Eres el rey y por mí puedes seguir siéndolo. Pero no voy a consentir que abuses de nadie. Y tampoco de mí.
Al instante el león sintió el dolor del primer zarpazo del tigre, y comenzó una feroz pelea. Pero la pelea apenas duró un instante, pues muchos de los animales presentes, que querían y admiraban al valiente león, saltaron sobre el tigre, quien sintió al mismo tiempo en sus carnes decenas de mordiscos, zarpazos, coces y picotazos, y solo tuvo tiempo de salir huyendo de allí malherido y avergonzado, mientras escuchaba a lo lejos la alegría de todos al aclamar al león como rey.
Y así fue cómo el joven león encontró la mejor manera de usar toda su fuerza y fiereza, descubriendo que sin haberlas combinado con justicia, inteligencia y valentía,nunca se habría convertido en el famoso rey, amado y respetado por todos, que llegó a ser.
Pedro Pablo Sacristán
España.

Los cangrejos

Don Domingo y Manuela se quedaron contemplando la inmensidad del mar. El viento soplaba suave, trayendo la fresca brisa marina mientras las olas tronaban desplazándose alegremente hasta las arenas.

-Papá, ¿Por qué los cangrejos hacen hoyos en la arena?
-Porque ahí viven -Respondió Don Domingo.
-La mar les destruye la guarida que construyen -Afirmó Manuela.
-Es verdad, pero fíjate, vuelven a salir de sus cuevas y cavan con fuerza y rapidez otro hoyo.
-Papá -Insistió la niña-, ¿a los cangrejos no les importa vivir en cualquier casa?
-Ya ves que no, les da lo mismo, se meten en el orificio que les queda más cerca.
-Es verdad, parece que son felices así -musitó la pequeña.

La vista se perdía en la planicie costera. El sol alumbraba suave acariciando los cuerpos. Solos en medio de aquella vastedad, padre e hija no dejaban de mirar extasiados los pequeños crustáceos que parecían jugar a salir de sus agujeros y meterse en el que primero se les ponía a su paso. Vez tras vez corrían a sus agujeros cuando escuchaban el menor ruido extraño o divisaban las olas acercarse sobre sus guaridas.

-Papá, -interrumpió el silencio Manuela, -¿los cangrejos son hombres o  son mujeres?
-Parecen que son machos y hembras -Respondió Don Domingo.
-Mmm -Razonó la niña-, no se parecen a nosotros.
-¡Claro que no se parecen a nosotros! -Respondió el padre-, el ser humano tiene reglas; las niñas tienen sus asuntos, sus cosas, los varones las suyas. Nuestras casas deben ser solo nuestras y  nadie puede entrar así como así a ellas. Jamás una persona decente y bien criada se metería con un extraño, o lo aceptaría sin conocerlo como hacen estos cangrejos.
-Pero parecen que son felices -aclaró la niña.
-No, hija, no son felices, son bestias, animales... son..., cómo se llaman estos bichos... ah, sí, crustáceos.

Un oleaje abundante arrasó con la arena; los pequeños orificios de los cangrejos fueron barridos por completo.


Luego que el agua se escurrió, salió uno, luego otro y al instante cientos trabajaban despejando sus pequeñas cavidades, para volver a la rutina de entrar y salir y mezclarse una y otra vez con diferentes compañeros de la inmensa playa.

-¿Por qué dijiste que los cangrejos no se parecen a nosotros? - interrogó el papá.

La niña pensó un momento y luego contestó:

-Son amigos de verdad -exclamó la niña y entusiasmada agregó- no tienen diferencias, se quieren y se aceptan... y se meten en el mismo hoyo con cualquiera, sin importarles nada más.


Don Domingo miró a su hija, la acarició y no agregó nada.

Domingo Plácido Negrete Fernández.
Antofagasta, Chile.

Tomado de la página de internet:
http://www.campanaderechoeducacion.org/sam2011/wp-content/uploads/2011/05/colorinacoloradaSPI-2.pdf




viernes, 13 de noviembre de 2015

El renacuajo paseador.

El hijo de Rana, Rinrín Renacuajo,

salió esta mañana, muy tieso y muy majo
con pantalón corto, corbata a la moda,
sombrero encintado y chupa de boda.

"¡Muchacho, no salgas!" le grita mamá.
Pero él hace un gesto y orondo se va.

Halló en el camino a un ratón vecino,
y le dijo: "¡Amigo! venga, usted conmigo,
visitemos juntos a doña Ratona
y habrá francachela y habrá comilona".

A poco llegaron, y avanza Ratón,
estírase el cuello, coge el aldabón.

Da dos o tres golpes, preguntan: "¿Quién es?"
"–Yo, doña Ratona, beso a usted los pies".
"¿Está usted en casa?" –"Sí, señor, sí estoy:
y celebro mucho ver a ustedes hoy;
estaba en mi oficio, hilando algodón,
pero eso no importa; bienvenidos son".

Se hicieron la venia, se dieron la mano,
y dice Ratico, que es más veterano:
"Mi amigo el de verde rabia de calor,
démele cerveza, hágame el favor".

Y en tanto que el pillo consume la jarra
mandó la señora traer la guitarra
y a Renacuajito le pide que cante
versitos alegres, tonada elegante.

"–¡Ay! de mil amores lo hiciera, señora,
pero es imposible darle gusto ahora,
que tengo el gaznate más seco que estopa
y me aprieta mucho esta nueva ropa".

"–Lo siento infinito, responde tía Rata,
aflójese un poco chaleco y corbata,
y yo mientras tanto les voy a cantar
una cancioncita muy particular".

Mas estando en esta brillante función
de baile y cerveza, guitarra y canción,
la Gata y sus Gatos salvan el umbral,
y vuélvese aquello el juicio final.

Doña Gata vieja trinchó por la oreja
al niño Ratico maullándole: "¡Hola!"
y los niños Gatos a la vieja Rata
uno por la pata y otro por la cola.

Don Renacuajito mirando este asalto
tomó su sombrero, dio un tremendo salto,
y abriendo la puerta con mano y narices,
se fue dando a todos "noches muy felices".

Y siguió saltando tan alto y aprisa,
que perdió el sombrero, rasgó la camisa,
se coló en la boca de un pato tragón
y éste se lo embucha de un solo estirón.

Y así concluyeron, uno, dos y tres,
ratón y Ratona, y el Rana después;
los gatos comieron y el Pato cenó,

¡y mamá Ranita solita quedó!

Rafael Pombo
Escritor Colombiano.